martes, 17 de agosto de 2010

UNO DE LOS MEJORES AMIGOS DEL VINO, EL CORCHO

Es la imagen de una marca, junto con el diseño de la botella y la etiqueta.
Desde hace siglos, el vino forma parte de la cultura de muchos pueblos. Transportado conservado en tinajas, barricas o pellejos de piel de cabra, odres, se bebía en las colmados o se llevaba en jarras a casa para el consumo acostumbrado, pero a nadie se le ocurría mantenerlo más de dos días por que se picaba irremisiblemente.
Se puede definir como batalla histórica la conservación del vino y ya en tiempos de los romanos le introducían especias y miel con la esperanza de conservarlo más tiempo. Alquitranes, vidrio, resinas e incluso, cuando se desarrolló su utilización, se servían de ello para tapar las tinajas e intentar parar la oxidación del vino. Todas estas soluciones de medio pelo, dejaron de ser útiles cuando se dio con la solución adecuada: el corcho.
A mediados del siglo XVIII fue cuando por fin a alguien se le encendió la bombilla (hay mucho que hablar sobre este particular), y su invención y utilización se podría comparar a la del fuego en el arte de la cocina.
Ese elemento que mucha gente desecha y que en general pasa desapercibido para un consumidor presuroso, es el corcho del alcornoque, ligero, esponjoso, natural, y es el que ha permitido relacionarnos con el vino tal y como hoy lo entendemos. Nos podemos permitir  llevarnos unas botellas a casa, guardarlas, conservarlas y consumirlas cuando queramos, en buenas condiciones, y tener nuestro consumo personalizado.
Hace unos siglos, era inimaginable, y gracias a él se puede disfrutar de la mejor manera, se le puede llamar el guardián del vino.

Pero hay muchos tipos de corcho y precisamente de su calidad y esponjosidad depende que un vino se conserve bien o no. La mayoría de los accidentes que encontramos en algunas botellas como olor a moho, humedades, el vino oxidado o picado, se deben a un corcho de mala calidad o en malas condiciones.
En ocasiones son simples accidentes individuales de esa botella concretamente, y se resuelve pidiendo al camarero que nos ponga otra de la misma marca y añada, y aquí no pasa nada. Pero en otras, toda una partida de corchos puede estar en mal estado y arruinar una cosecha entera de una bodega por no haberlos sometido previamente a un control de calidad. Los bodegueros procuran tomar todas las precauciones, así que cada vez destinan más dinero en corchos de calidad y que les ofrezcan mayores garantías.
LA VIDA DEL CORCHO
Lo temible es que a medida que aumenta la demanda también va disminuyendo la oferta, que siempre está en precario. El corcho se extrae de la corteza del alcornoque (quercus suber), pero no valen todos. Un alcornoque puede llegar a tener una vida de 100 a 150 años, sin embargo desde que se planta hasta que da su primera "recolección" deben pasar más de 20 años. Una vez efectuada la primera extracción, la corteza vuelve a crecer y cada 10 años se le vuelve a pelar. Es necesario un alcornoque con tres cosechas realizadas, es decir de unos 50 años de edad, para emprender el proceso, algo complicado de hacer tapones para vinos
Detrás de Portugal, España es la segunda productora y entre ambas mueven el 70% de los corchos que se embotellan al año en el mundo, repartiéndose el resto de la producción países como Marruecos,  Argelia, Túnez, Italia y Francia.
Los franceses mantienen, faltaría más, que fue el monje DOM Pèrignon, (al que también le han conferido la invención del champaña) el que descubrió el corcho para botellas; pero hay datos que revelan que en las zonas de Jerez y Oporto ya se utilizaban antes, lógico por otra parte dada la cercanía de los alcornocales.
Lo que sí es cierto es que los primeros tapones de corcho se fabricaron en los Pirineos franceses, no obstante pronto se impuso la calidad de los corchos de este lado de la frontera, y más concretamente los de Gerona, donde se estableció la primera industria de fabricación de corchos en 1750.
La forma de los corchos era cónica y se introducían en las botellas ayudados de una maza de madera. Hasta casi un siglo después no aparecería el cilíndrico, como lo conocemos actualmente. Poco a poco la industria corchera de Gerona fue desapareciendo, para dar lugar a la extremeña, andaluza y sobre todo a la del sur de Portugal.
El tapón de corcho es el perfecto para la botella de vino; de la que se dice, que fue inventada por el inglés SIR Kenelm Digby, en 1640 y se atribuye a que el humo que salía de la turba de sus hornos hacía que el vidrio tuviera un color verdoso, que pronto se comprobó que era excelente para conservar el vino ya que filtraba la luz.
En aquella época  las botellas se cerraban con un tapón, igualmente de vidrio, que se fijaba con pegotes, resinas y se ataba con cuerdas.
En recuerdo de aquella atadura de cuerdas, se ha mantenido por tradición la forma actual del gollete de las botellas, por donde se fugan con tanta habilidad esas gotas mancha manteles.
El corcho resultó perfecto, impermeable, flexible, ligero, de gran resistencia a la compresión y cumple con su cometido de impedir la entrada de oxígeno, microorganismos y bacterias que dañarían al vino. Éste, al ser un producto vivo, sigue evolucionando dentro de la botella casi sin oxígeno, lo que le permite hacer un proceso de reducción, con lo que se consigue pulir los taninos y producir aromas nuevos y maravillosos que se crean tras una buena estancia en el botillero. Crianza en botella que corresponde tener a todo buen vino.

En ocasiones el corcho aparece con defectos y entonces ocurre todo lo contrario, que el vino se estropea y proporciona ese olor a tapón conocido cómo "bouchonè", tan característico, y que no se quita por mucho que se oxigene el vino, sino que todavía se hace más potente.
La mayoría de las veces se debe a lo que llaman el "moho del alcornoque" que existe en ciertas partes de las cortezas de estos árboles, siendo las más frecuentes las que están cerca del
suelo. En otras ocasiones se debe a que simplemente están mal hechos, dejando poros en alguna de sus superficies lisas y es por esos poros por donde entra aire y bacterias que dañan al vino.
Curándose en salud, muchos industriales parafinan los corchos, de tal manera que recubren cualquier grieta natural.
Los buenos sumilleres a la hora de servir un vino dejan el corcho junto
a la botella, y merece la pena observarlo. Si es de buena calidad y si el vino es viejo aparecerá oscuro en su cara interior, y de color púrpura, si es joven. Ahora bien, si se encuentra alguna mancha longitudinalmente, es decir a lo largo del tapón, eso quiere decir que ha podido haber escape de vino o entrada de aire. Es recomendable olerlo, porque en el tapón aparecerán esos aromas a moho que luego se encontrarán en el vino.
Lo ideal sería que los bodegueros compraran buenos tapones, pero eso siempre dependerá del tipo de vino y del dinero que quieran dedicar a esta partida.
El más caro o "flor", que le llaman, que puede llegar hasta 54 mm. de largo, puede costar sobre 0,50 €, cada tapón. El precio dependerá del tamaño y de la calidad. Para un vino de mesa normal el tapón puede medir unos 36 mm. Y los destinados a un reserva o gran reserva
pueden ser de 48 mm.
Los tapones más baratos son los que están hechos con aglomerados de corcho, que suelen costar unas 0,03 € cada uno, los micronizados unos 0,09 € y de ahí se va subiendo hasta el tapón flor.
Se puede considerar que la vida de un buen corcho se sitúa en algo más de 15 años, a
partir de los cuáles pueden empezar a producirse problemas.
Existen ciertos tipos de vinos cuya crianza en botella supera los treinta años, como por ejemplo los de Oporto "vintage", muy viejos, que permanecen con su corcho hasta el día del disfrute, éstos para evitar que el corcho se pulverice por la acción del abridor, se suelen degollar con unas tenazas incandescentes. Los coleccionistas, o los que tienen botellas muy antiguas, lo que suelen hacer es cambiar el corcho viejo por uno nuevo, lo que en absoluto daña al vino, permitiéndole  perdurar perfectamente taponado.
En determinados países tales como Alemania, Austria, y sobre todo las que proceden de Estados Unidos, las tendencias actuales van contra el tapón de corcho, para sustituirlo por plásticos o tapones especiales que hagan su función. Las causas pueden ser dispares, desde que al no disponer ellos de la materia prima, suelen, como es habitual, sustituirla por algo que puedan fabricar ellos, abaratar costos o simplemente que algunos llamados vinos no merezcan un tapón de corcho. Para esos se inventó el Tetrabrik.
Lo están y seguirán intentando con osadía, pero les costará.
No hay nada comparable a ese producto natural del alcornoque que una vez elegido, trabajado y gloriosamente terminado, será la imagen de una marca, junto con el diseño de la botella y la etiqueta, proporcionándonos un vino de calidad, al que ha servido de guardián y de compañero durante el tiempo preciso.

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