Parece que poco a poco se va haciendo algo, pero si se aprovecha el potencial turístico de Canarias y el vino se encuaderna en un formato atractivo, la industria vitivinícola podrá posicionarse, competir y quizás llevarse un trozo de la tarta que ya se están repartiendo los productores de otras latitudes.
Cuando un consumidor en el extranjero compra una botella de vino, se enfrenta a una gran variedad de opciones, ya sea de cepa, valle, marca, origen y precio. Frente a sus ojos compiten consolidadas etiquetas de todo el mundo, junto a una atractiva gama de productos emergentes, vinos sudafricanos, australianos, neozelandeses, argentinos y chilenos.
Si sus ojos se detienen ante la botella canaria, lo más probable es que de estas tierras no sepa nada. Esta suerte de anonimato vitivinícola quedó en evidencia en el estudio sobre imagen realizado por una prestigiosa consultora en el extranjero hace unos años. Y sin posicionamiento en la mente de los consumidores, es muy difícil salir a vender y a exportar al cada vez más competitivo mercado enológico. Hecho el diagnóstico, las bodegas tienen que caer en la cuenta de que el arma para afrontar este problema está frente a sus propias narices. El Turismo. El vino no se vende sólo, sino que en gran parte gracias a la imagen del país o zona que lo produce, y el turismo es una de las mejores maneras que tiene Canarias de dar imagen. La fórmula no es nueva. El beneficio del gancho turístico se ha comprobado en varias experiencias internacionales. Una de las más emblemáticas es Napa Valley, en Estados Unidos. Este sendero de parras de la costa de California es conocido mundialmente, no sólo por la excelente calidad de sus vinos, sino también porque ahí están los mejores restaurantes del país, por la revolución de su vida nocturna y por la gran industria paralela dedicada al ocio que se mueve en torno a sus viñedos. No es por nada, pero recibe cerca de 8 millones de visitantes cada año.
Otro ejemplo es Australia que, gracias a una acertada campaña de imagen del país, evoca un ambiente de sol, playas, yates y entretenimiento. El año pasado, su viñedos recibieron a 4 millones de turistas, lo que no hubiera sido posible sin la existencia de instalaciones gastronómicas, hoteleras y de entretenimiento de alto nivel.
Canarias está muy lejos de alcanzar esta cifra, pero la materia prima está. Las condiciones naturales de nuestras islas, montes, sus volcanes, campo, paisajes geográficos, son complementos perfectos para generar un encanto que envuelva al producto y le dé identidad propia. Hay que tratar de mostrar que el vino canario está arraigado en la cultura canaria, tanto así que venir a Canarias y no visitar sus bodegas es desacertado.
Según algunos expertos, ciertas zonas de las islas, no tiene nada que envidiarle a la geografía de otras zonas productoras, ni a su tecnología, ni a sus bodegas. Pero sí a sus sofisticadas instalaciones turísticas. No hay que olvidar que el vino se bebe con comida y que lleva adosado el buen vivir.
Las experiencias más recientes de la fusión gastronomía-vino-turismo las pueden encontrar en las agencias de viajes de toda Europa y diría más, de todo el mundo. Lo que se busca es posicionar el vino-gastronomía, junto con potenciar su turismo. Se plantean como una ruta del vino, donde se pueden recorrer viñedos, visitar bodegas, comprar vinos, comer bien, emulando la experiencia de los que nos llevan un tiempo de ventaja.
Si bien el turismo y la venta de vinos son negocios absolutamente diferentes, juntos pueden potenciarse a través de la imagen. Para competir con vinos reconocidos, Canarias tiene que plantearse como un origen conocido y eso lo puede lograr a través del turismo, un arma para "vender" el entorno. Igualmente, el turismo necesita crecer y explotar nuevas opciones para cautivar a los visitantes y las rutas del vino son una alternativa que atrae.
Aún refiriéndome al otro lado del mundo. Mirando el éxito de la experiencia australiana, para que las industrias del turismo y vitivinícolas generen sinergias de éxito, debe existir un esfuerzo concertado entre los empresarios e instituciones involucradas.Cuando un consumidor en el extranjero compra una botella de vino, se enfrenta a una gran variedad de opciones, ya sea de cepa, valle, marca, origen y precio. Frente a sus ojos compiten consolidadas etiquetas de todo el mundo, junto a una atractiva gama de productos emergentes, vinos sudafricanos, australianos, neozelandeses, argentinos y chilenos.
Si sus ojos se detienen ante la botella canaria, lo más probable es que de estas tierras no sepa nada. Esta suerte de anonimato vitivinícola quedó en evidencia en el estudio sobre imagen realizado por una prestigiosa consultora en el extranjero hace unos años. Y sin posicionamiento en la mente de los consumidores, es muy difícil salir a vender y a exportar al cada vez más competitivo mercado enológico. Hecho el diagnóstico, las bodegas tienen que caer en la cuenta de que el arma para afrontar este problema está frente a sus propias narices. El Turismo. El vino no se vende sólo, sino que en gran parte gracias a la imagen del país o zona que lo produce, y el turismo es una de las mejores maneras que tiene Canarias de dar imagen. La fórmula no es nueva. El beneficio del gancho turístico se ha comprobado en varias experiencias internacionales. Una de las más emblemáticas es Napa Valley, en Estados Unidos. Este sendero de parras de la costa de California es conocido mundialmente, no sólo por la excelente calidad de sus vinos, sino también porque ahí están los mejores restaurantes del país, por la revolución de su vida nocturna y por la gran industria paralela dedicada al ocio que se mueve en torno a sus viñedos. No es por nada, pero recibe cerca de 8 millones de visitantes cada año.
Otro ejemplo es Australia que, gracias a una acertada campaña de imagen del país, evoca un ambiente de sol, playas, yates y entretenimiento. El año pasado, su viñedos recibieron a 4 millones de turistas, lo que no hubiera sido posible sin la existencia de instalaciones gastronómicas, hoteleras y de entretenimiento de alto nivel.
Canarias está muy lejos de alcanzar esta cifra, pero la materia prima está. Las condiciones naturales de nuestras islas, montes, sus volcanes, campo, paisajes geográficos, son complementos perfectos para generar un encanto que envuelva al producto y le dé identidad propia. Hay que tratar de mostrar que el vino canario está arraigado en la cultura canaria, tanto así que venir a Canarias y no visitar sus bodegas es desacertado.
Según algunos expertos, ciertas zonas de las islas, no tiene nada que envidiarle a la geografía de otras zonas productoras, ni a su tecnología, ni a sus bodegas. Pero sí a sus sofisticadas instalaciones turísticas. No hay que olvidar que el vino se bebe con comida y que lleva adosado el buen vivir.
Las experiencias más recientes de la fusión gastronomía-vino-turismo las pueden encontrar en las agencias de viajes de toda Europa y diría más, de todo el mundo. Lo que se busca es posicionar el vino-gastronomía, junto con potenciar su turismo. Se plantean como una ruta del vino, donde se pueden recorrer viñedos, visitar bodegas, comprar vinos, comer bien, emulando la experiencia de los que nos llevan un tiempo de ventaja.
Si bien el turismo y la venta de vinos son negocios absolutamente diferentes, juntos pueden potenciarse a través de la imagen. Para competir con vinos reconocidos, Canarias tiene que plantearse como un origen conocido y eso lo puede lograr a través del turismo, un arma para "vender" el entorno. Igualmente, el turismo necesita crecer y explotar nuevas opciones para cautivar a los visitantes y las rutas del vino son una alternativa que atrae.
Echando la vista a la historia, nadie duda que poniendo los medios necesarios, Canarias tiene un potencial para posicionarse como productor de vinos de gran calidad y varietales. Pero para lograrlo, posiblemente deba hacer un esfuerzo más agresivo que el que se ha hecho hasta ahora y lograr una identidad coherente con su producto. El turismo puede ser la plataforma para lograrlo. O será al revés?
Hablando de etiquetas, cuenta la historia que en 1945, terminada la guerra, el barón Phillipe de Rothschild, tras recuperar sus viñedos del Medoc francés de manos de los nazis, encargó una etiqueta con la V de la victoria a un joven pintor francés. La idea se volvió tradición, y desde entonces, pintores como Picasso, Warhol o Dalí, han sido encomendados para la tarea. El pago, diez cajas del excelente Chateau Mouton.
Más que copiar la idea, lo que hay que atender aquí es la preocupación por la etiqueta. Un elemento clave que, al fin de cuentas, junto a la botella, termina siendo la cara del vino.
La etiqueta no sólo informa, sino que dice algo más sobre la marca. Puede proyectar una imagen, evocar un estado de ánimo, asociar con una geografía o concepto. Dos partes la componen. La etiqueta propiamente dicha, la cara que se ve en el mostrador, y la contraetiqueta, la leyenda que va en el reverso. La idea es que se sustente en una estrategia de marca y complemente los otros puntos de contacto de la marca, como los catálogos, el web, etc. Cada etiqueta debería contar una historia que puede ser bohemia, familiar, etc. Según esa historia y esas reminiscencias, brotan diversos estilos. En el caso australiano, por ejemplo, se evoca la vida al aire libre, aventurera, ruda, joven, algo así como el propio país. Los franceses en cambio, tan vanidosos de sus vinos como de su idioma, apelan a la tradición. Un castillo y una inscripción en francés bastan.
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