martes, 24 de agosto de 2010

VINOS PARA EL VERANO Y UNA COPA PARA CADA VINO

Cuando llegan los calores del verano, suena la hora de las ensaladas y arroces, de las frutas frescas y las carnes y pescados sin complicaciones, ligeros. Sobre todo en un país como España, que las dietas suelen venir con frenesí, y la alimentación cambian radicalmente. Las sanas y sabrosas legumbres, los alimentos grasos o las salsas poderosas, no apetecen nada.
Justamente con el vino sucede lo mismo. Esas elaboraciones recias y estructuradas, de tintos repletas de color y energía, suelen antojarse muy poco y además, combinan fatal con la dieta veraniega.
Las ensaladas, que por lo general suelen llevar vinagre, no encaja ningún vino, ya que el acético del condimento, desfigura el paso de boca de una buena elaboración. Siempre se ha dicho  que con alcachofas o espárragos, no hay nada que maride, mientras que con los arroces, la principal combinación es un rosado.
Luego, a dar buena cuenta de ellos. El verano es la época de los  blancos ligeros, rosados, y los cavas.
Digamos que junto a los rosados estamos en época de vinos blancos. Con el calor los más recomendables son los ligeros, del año, sin complicaciones. Estos se mantienen mucho mejor que los rosados, pero también conviene no bajarse más allá de la cosecha de hace dos años. En estos tiempos ya no se puede decir que los mejores blancos españoles los encontrarán en tal o cual  denominación de origen, como antaño, por que en casi todas ellas encontrarán algunos que destaquen, siendo frescos, agradables, pero a la vez complejos y llenos de matices y de aromas.
El rosado es cuando vive su mejor momento. Como ya explicaba en otro artículo, este es un vino de uvas tintas que se vinifican como blancas, es decir, que después de el prensado de la uva se la conserva poco tiempo, entre cinco y dieciséis horas, con el hollejo que es el que aporta el color al vino. Lógicamente cuanto más tiempo permanezcan juntos mosto y pieles, más color irá tomando, y al revés. Este proceso le da aromas personales, habitualmente florales y frutales, y los vinos nacen frescos, suaves y ligeros. Pero, no todo es positivo, el problema es que salen suaves y ligeros para todo, se oxidan en poco tiempo, mucho antes que los blancos, y por lo general no aguantan más de un año. Los elementos químicos que hacen fuerte, poderoso y longevo a un vino, se hallan en la piel, y justamente la esencia del rosado, es pasar poco tiempo junto al hollejo de la uva. En otras latitudes cuando termina el verano, que no es nuestro caso en Canarias, siempre y cuando lo sepamos mantener y lo alarguemos más allá de un año, que es prácticamente la hora de olvidarse de los rosados, porque se van oxidando, perdiendo color y aromas.
Y naturalmente el cava. Famoso vino de las BBC, Bodas, Bautizos y Comuniones, todas las celebraciones y en Navidad que es cuando se consume cerca del 90% del cava español.
Y, no obstante, no es su mejor época. Su mejor época es ahora, un vino blanco fresquísimo, de doble fermentación que entra de maravilla en períodos de calor. Figúrese de vacaciones, sin compromisos laborales, abrirse en casa o en su local preferido una botella de cava a mediodía, para tomarse un aperitivo, y el resto de la botella conservarla luego en el frigorífico para rematarla en la comida. Es un placer que una vez comprobado, repetirán a menudo.
Todos sabemos que el calor hace mucho daño al vino, así que deben protegerlo en el lugar más fresco de su residencia En verano, además, hay que tener cuidado con las temperaturas y con la propia bodega de casa. Las temperaturas recomendadas de servicio son de 5 a 9º C para los blancos y rosados, y de 4 a 7 grados para los cavas. Y como casi nadie cavas de conservación, no lo vacilen y utilicen el frigorífico. Eso sí, no conserven las botellas muchos días dentro. Tres o cuatro son bastantes, y luego vayan renovando.
Generalmente los tintos habrá que refrescarlos un poco. Su temperatura de servicio es de 14 a 18 grados centígrados, pero estos no los meta en la nevera, ponga un cubo con hielo o con agua fría y enfríelos hasta que observen que ha bajado a la temperatura deseada. Si en un restaurante nota el vino tinto caliente, solicite una cubitera. Quién sabe si un camarero inexperto o algunos de los numerosos inteligentillos, se echen las manos a la cabeza si le ven introduciendo un tinto en una cubitera de hielos, y tal vez le recuerden que el tinto se bebe a temperatura ambiente. No es cierto, se bebe sobre los 18 grados centígrados y si la temperatura es mayor, hay que bajarla, y la forma más apropiada y menos traumática es la citada. Si en el local hace calor, conserve el vino permanentemente entre hielo durante toda la comida, y que el enterado piense lo que le dé la real gana.
En temporada de calor, tiempo de vinos frescos. No se olvide de proteger lo más posible sus queridos y tánicos tintos para el otoño y prepare blancos, rosados y cavas para ir reponiendo en la nevera, poco a poco. Y si goza con ello, a media mañana, ábrase una botella de uno de estos vinos y dispóngase un aperitivo, especulará consigo mismo y aceptará que el calor, a pesar de sus molestias, de igual forma tiene algunas ventajas.
De todo lo anterior comentado, apenas nos serviría si al final, no rematamos con la copa apropiada.
De ella depende, poder evaluar el vino en toda su plenitud. La elección de las copas apropiadas no se debe tomar a la ligera.
La elección de una copa para disfrutar de un buen vino no responde a un capricho, ni a una conducta esnob. El vino por casta, por historia, y como dirían los franceses, se merece ser bebido en copa. Pero renunciando al sentimentalismo, es cierto que un buen vino es una pena consumirlo en un vaso, por muy bueno que éste sea. En la copa, se puede evaluar toda la plenitud que los diferentes tipos de vino nos ofrecen.
Generalmente, debemos seleccionar una copa que exponga abiertamente el color, el aroma y el sabor. Su tamaño debe ser generoso, y su boca con suficiente espacio para que el vino se pueda airear. Se sugiere que sean incoloras y lisas, ya que nos imposibilita disfrutar de las distintas tonalidades, y su consistencia es mejor que sea reducida, con estas condiciones la personalidad del vino permanecerá patente.
Coexisten distintas variedades de copas, algunas muy identificadas con el tipo de vino. Por ejemplo las copas cata, aprobado por la Organización Internacional del vino, se emplean en diferentes concursos internacionales, las denominadas flauta, son exclusivas para el cava o el champagne, aunque hoy en día, la tendencia es hacia una copa de talle largo y amplitud de contenido, aunque no quiero decir que haya que llenarla hasta el borde, pero sí que nos ofrezca claramente, esa hilera de burbujas pequeñas, constantes y finas. El juego tradicional de copas, donde la más grande se reserva para el agua, seguida en importancia la del vino tinto y finalmente la del blanco, están tocando a su fin. Es totalmente ilógico que la mejor copa la reservemos para el agua. El contenido determinará la forma, algunos expertos aconsejan diferentes copas en función de la variedad de uva, y no van descaminados. Simplemente hagan una prueba, el mismo vino, ya sea blanco, tinto, rosado o cava, pruébenlo en diferentes tipos de copas y se encontrarán con la sorpresa de que les parecerá que están degustando diferentes tipos de vinos.
Insisto, la copa de agua hay que destronarla, dando paso al vino, para que goce del protagonismo que merece.
Con esto no quiero decir que no hay que beber agua, sino que, al Cesar lo que es del Cesar y a la naturaleza lo demás.
No esta de más saber que la copa se divide en tres partes, la base o pie, el tallo y su tronco, evolucionado en distintas formas para poder, con cada una de ellas, sacar el máximo rendimiento a los aromas del vino, se debe sujetar por su base o el tallo, dependiendo de la habilidad del degustador, pero nunca por la parte superior, ya que transmitiremos al calor corporal.
A pesar de todas estas sugerencias, no sirven de nada, si nos olvidamos de la limpieza. En la medida de lo posible, se debe evitar emplear detergentes, ya que estos dejan su impronta residual que desfigura el aroma del vino. Si los utilizan, intenten que sean neutros, y háganlo escuetamente y con agua caliente. Su secado es primordial, recuerden hacerlo siempre con un paño de lino y sujetándola por el tronco. Si les sirve como truco, lo mejor que hay para repasar la cristalería son las servilletas o manteles viejos que han sufrido unos cuantos lavados, y antes de tirarlos prueben.

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