En esto como en casi todo, hay diferentes opiniones, pero la mayoría se inclina por entender que, en un lugar situado en el corazón de Anatolia, Turquía Hace seis mil años en el altiplano de Konya, , los hombres y mujeres del neolítico (me imagino que los que me siguen, a estas alturas, estarán del Neolítico hasta el gorro), fundaron una decena de ciudades aprovechando el clima favorable de aquellas tierras donde la humedad es aceptable y las lluvias alcanzan una media de 200 mililitros al año, el lugar ofrecía un campo de prueba para estos asentamientos facilitando una agricultura arcaica y donde no era necesaria la irrigación para recoger las cosechas.
En el siglo pasado, los arqueólogos ensayaron en las ciudades de Catal Huyuk y Hacilar donde encontraron los primeros pistas de la domesticación de la planta del garbanzo, así como las lentejas y de guisantes entre otras leguminosas. Este descubrimiento es tan importante, dado que es la primera pista en el que de forma cierta se tiene constancia del cambio entre el hombre forrajero y el agricultor, que cuando se ilustre todo el conjunto de ciudades halladas, entre las que se encuentra igualmente Can Asan III, con una superficie de doce hectáreas, puede cambiar el concepto y la perspectiva histórica de la domesticación de los alimentos y los animales por el hombre.
Comenzando en forma circular, las plantaciones de leguminosas se extendieron en primer lugar por los territorios colindantes, prueba de ello son los rastros encontrados en la ruinas de Jericó que datan de principios de la edad del Bronce o en Irak. Hay certeza de que a finales de la edad de Bronce los garbanzos existieron, desde los Jardines Colgantes de Babilonia hasta la isla de Creta, donde se almacenaban en grandes receptáculos de barro para su conservación, pasando por las ofrendas fúnebres en los enterramientos de la isla de Chipre.
En Egipto se tiene constancia de la existencia del garbanzo 1.100 años A.C. donde se le conocía con el nombre de cara de halcón, por su parecido a la cabeza de este animal, y se guisaban poniéndolos en remojo para después cocerlos o freírlos con especias antes de hacer un potaje con ellos.
En Roma, en el siglo VII A.C. ( que no es Antonio Catalán) ya se consumían los garbanzos y las lentejas en forma de sopas, en concreto en Pompeya se recopilaban en grande vasijas para la exportación a todo el imperio y Plinio el Viejo narra sobre festivales en los que se lanzaban garbanzos sobre las cabezas de la gente los cuales los recogían como lo hacen hoy día los niños con los caramelos en las comparsas. Asimismo en su Historia Natural, Plinio, cuenta un remedio para que se desvanecieran las verrugas, el cual radicaba en poner dentro de una bolsa tantos garbanzos, alubias o granos de trigo como verrugas tuviera el sujeto en cuestión, la cual debía tirarse por arriba del hombro izquierdo, como vemos los próceres de la antigüedad eran supersticiosos en extremo y también ignorantes vistos desde nuestra perspectiva.
El nombre científico del garbanzo es cicer arietinum cuyo nombre procede de cicer que es el nombre latino de la cosecha y arietinum por la forma de ariete o prominencia de su semilla y lo anecdótico del nombre es que hubo épocas en la que se asumía el nombre de Cicerón, por pensarse que su apellido era resultado de tener una verruga en la nariz del tamaño de un garbanzo.
Plauto hace reseñas en una de sus comedias a los comedores de garbanzos como algo cómico. Con el tiempo y la riqueza de Roma este alimento fue perdiendo adeptos y ganado detractores hasta llegar un momento en el que era símbolo de mal gusto, incluso en España fue introducido por los cartagineses y se sabe que se recolectaba en Cartago Nova cruzando toda la península en poco tiempo por ser una planta que, una vez seca su semilla, puede mantenerse durante mucho tiempo si no es atacada por el parásito.
Los primeros creyentes en el siglo tercero de nuestra era creaban fiestas en los cementerios para ensalzar a los difuntos, las cuales se llamaban Parentalia y que se celebraba a mediados o finales de febrero, en estas fiestas los familiares llevaban ofrendas consistentes en vino, habas, garbanzos, altramuces y a tanto llegó su notoriedad que se incluyó en las ferias publicas y fue el oportuno, Quinto Séptimo Florencio Tertuliano ( y no es coña) el que tuvo que acometer con todas sus fuerzas, contra esta práctica.
Se les atribuyó a los garbanzos, durante mucho tiempo poderes estimulantes, tanto es así que se pensaba en Europa en la edad media, que el consumo desmedido de esta gramínea y otros alimentos flatosos en los hombres los hacían insoportables. Del mismo modo esta leyenda se abrió a los países árabes en los cuales se pensaba que tomando un cocido hecho a base de cebollas molidas, mezcladas con miel a la cual se le añadían los garbanzos también pulverizados y tomada dicha pócima poco antes de la llegada del invierno proporcionarían al hombre una gran fuerza sexual. De similar forma el comer gran cantidad de garbanzos hechos con leche de camella y miel lograba dar unos poderes sexuales especiales.
En los libros contemporáneos al Quijote cuando se habla de la olla relataban un cocido que debía llevar tocino, carnero, vaca, garbanzos, pimiento, azafrán, ajos, cebolla, repollo y perejil, algo muy parecido a lo que hoy se conoce como el cocido, sea madrileño, andaluz o canario.
Nicolás Culpeper, bajo el auspicio de Venus, en el año 1652 divulgó el primer tratado sobre plantas medicinales en Inglaterra, donde incluyó a los garbanzos, hay que aclarar que dicho libro, es un compendio de disfraces y engaños donde se habla de las piedras para debilitar los venenos y el influjo de los planetas en los poderes de las plantas comestibles.
A pesar de sus virtudes indiscutibles, realmente, el garbanzo jamás obtuvo los honores de la literatura ni ha accedido a la mitología. ¿Quizá sea por sus inicios modestos? Es poco probable que así sea, ya que el haba, nacida como él en la familia de las leguminosas, ha experimentado una brillante carrera en el mundo de los símbolos. Virtualmente ahora, representa las primicias de la tierra, la dedicatoria de los muertos a los vivos, el inicio, como nos lo recuerda cada año en Reyes, el tradicional roscón.
Posiblemente el garbanzo, con sus vainas velludas y sus cuernecillos enrollados, que por otro lado le han valido otro apodo de cabeza de carnero, no ha sido muy mimado por la naturaleza. Pero, yo no sé, las lentejas tampoco lo han sido y sin embargo, según el Principio, para poder almorzarlas, Esaú, al volver de una dura jornada de trabajo, concedió a Jacob su derecho de primogenitura. No obstante, para el garbanzo, quimera. Sólo se nos dice que prestó su nombre latino, cicer, a la familia de Cicerón, acaso porque ésta comercializaba garbanzos, o porque el celebérrimo tribuno tenía un grano muy feo justo en la nariz, en forma de garbanzo.
De Marruecos nos llegan también muchas recetas, dedúzcase tajines con smen mantequilla clarificada, en los que el garbanzo se armoniza a veces con almendras, otras con arroz, o con papas, o mejor aún, con nabos. Nos inmortalizan.
Conmemoremos, como ejemplo, los pasteles multitudinarios hechos con harina de garbanzos, ghraybé y los dulces en los que el garbanzo tostado suple a la almendra o las semillas de sésamo. Este mismo garbanzo, tostado, salpimentado, azucarado o tal cual, hace mucho que se utiliza para picotear en todo el área del Mediterráneo.
Así lo hacían gozosamente los romanos en los ruedos mientras observaban a los leones devorando a los cristianos. Lo propio hacemos nosotros frente a nuestros televisores, y lo que miramos no es mucho mejor.
Hay quien dice que los garbanzos tienen que ser de Fuente Saúco, o quizá mejicanos o de...
En el siglo pasado, los arqueólogos ensayaron en las ciudades de Catal Huyuk y Hacilar donde encontraron los primeros pistas de la domesticación de la planta del garbanzo, así como las lentejas y de guisantes entre otras leguminosas. Este descubrimiento es tan importante, dado que es la primera pista en el que de forma cierta se tiene constancia del cambio entre el hombre forrajero y el agricultor, que cuando se ilustre todo el conjunto de ciudades halladas, entre las que se encuentra igualmente Can Asan III, con una superficie de doce hectáreas, puede cambiar el concepto y la perspectiva histórica de la domesticación de los alimentos y los animales por el hombre.
Comenzando en forma circular, las plantaciones de leguminosas se extendieron en primer lugar por los territorios colindantes, prueba de ello son los rastros encontrados en la ruinas de Jericó que datan de principios de la edad del Bronce o en Irak. Hay certeza de que a finales de la edad de Bronce los garbanzos existieron, desde los Jardines Colgantes de Babilonia hasta la isla de Creta, donde se almacenaban en grandes receptáculos de barro para su conservación, pasando por las ofrendas fúnebres en los enterramientos de la isla de Chipre.
En Egipto se tiene constancia de la existencia del garbanzo 1.100 años A.C. donde se le conocía con el nombre de cara de halcón, por su parecido a la cabeza de este animal, y se guisaban poniéndolos en remojo para después cocerlos o freírlos con especias antes de hacer un potaje con ellos.
En Roma, en el siglo VII A.C. ( que no es Antonio Catalán) ya se consumían los garbanzos y las lentejas en forma de sopas, en concreto en Pompeya se recopilaban en grande vasijas para la exportación a todo el imperio y Plinio el Viejo narra sobre festivales en los que se lanzaban garbanzos sobre las cabezas de la gente los cuales los recogían como lo hacen hoy día los niños con los caramelos en las comparsas. Asimismo en su Historia Natural, Plinio, cuenta un remedio para que se desvanecieran las verrugas, el cual radicaba en poner dentro de una bolsa tantos garbanzos, alubias o granos de trigo como verrugas tuviera el sujeto en cuestión, la cual debía tirarse por arriba del hombro izquierdo, como vemos los próceres de la antigüedad eran supersticiosos en extremo y también ignorantes vistos desde nuestra perspectiva.
El nombre científico del garbanzo es cicer arietinum cuyo nombre procede de cicer que es el nombre latino de la cosecha y arietinum por la forma de ariete o prominencia de su semilla y lo anecdótico del nombre es que hubo épocas en la que se asumía el nombre de Cicerón, por pensarse que su apellido era resultado de tener una verruga en la nariz del tamaño de un garbanzo.
Plauto hace reseñas en una de sus comedias a los comedores de garbanzos como algo cómico. Con el tiempo y la riqueza de Roma este alimento fue perdiendo adeptos y ganado detractores hasta llegar un momento en el que era símbolo de mal gusto, incluso en España fue introducido por los cartagineses y se sabe que se recolectaba en Cartago Nova cruzando toda la península en poco tiempo por ser una planta que, una vez seca su semilla, puede mantenerse durante mucho tiempo si no es atacada por el parásito.
Los primeros creyentes en el siglo tercero de nuestra era creaban fiestas en los cementerios para ensalzar a los difuntos, las cuales se llamaban Parentalia y que se celebraba a mediados o finales de febrero, en estas fiestas los familiares llevaban ofrendas consistentes en vino, habas, garbanzos, altramuces y a tanto llegó su notoriedad que se incluyó en las ferias publicas y fue el oportuno, Quinto Séptimo Florencio Tertuliano ( y no es coña) el que tuvo que acometer con todas sus fuerzas, contra esta práctica.
Se les atribuyó a los garbanzos, durante mucho tiempo poderes estimulantes, tanto es así que se pensaba en Europa en la edad media, que el consumo desmedido de esta gramínea y otros alimentos flatosos en los hombres los hacían insoportables. Del mismo modo esta leyenda se abrió a los países árabes en los cuales se pensaba que tomando un cocido hecho a base de cebollas molidas, mezcladas con miel a la cual se le añadían los garbanzos también pulverizados y tomada dicha pócima poco antes de la llegada del invierno proporcionarían al hombre una gran fuerza sexual. De similar forma el comer gran cantidad de garbanzos hechos con leche de camella y miel lograba dar unos poderes sexuales especiales.
En los libros contemporáneos al Quijote cuando se habla de la olla relataban un cocido que debía llevar tocino, carnero, vaca, garbanzos, pimiento, azafrán, ajos, cebolla, repollo y perejil, algo muy parecido a lo que hoy se conoce como el cocido, sea madrileño, andaluz o canario.
Nicolás Culpeper, bajo el auspicio de Venus, en el año 1652 divulgó el primer tratado sobre plantas medicinales en Inglaterra, donde incluyó a los garbanzos, hay que aclarar que dicho libro, es un compendio de disfraces y engaños donde se habla de las piedras para debilitar los venenos y el influjo de los planetas en los poderes de las plantas comestibles.
A pesar de sus virtudes indiscutibles, realmente, el garbanzo jamás obtuvo los honores de la literatura ni ha accedido a la mitología. ¿Quizá sea por sus inicios modestos? Es poco probable que así sea, ya que el haba, nacida como él en la familia de las leguminosas, ha experimentado una brillante carrera en el mundo de los símbolos. Virtualmente ahora, representa las primicias de la tierra, la dedicatoria de los muertos a los vivos, el inicio, como nos lo recuerda cada año en Reyes, el tradicional roscón.
Posiblemente el garbanzo, con sus vainas velludas y sus cuernecillos enrollados, que por otro lado le han valido otro apodo de cabeza de carnero, no ha sido muy mimado por la naturaleza. Pero, yo no sé, las lentejas tampoco lo han sido y sin embargo, según el Principio, para poder almorzarlas, Esaú, al volver de una dura jornada de trabajo, concedió a Jacob su derecho de primogenitura. No obstante, para el garbanzo, quimera. Sólo se nos dice que prestó su nombre latino, cicer, a la familia de Cicerón, acaso porque ésta comercializaba garbanzos, o porque el celebérrimo tribuno tenía un grano muy feo justo en la nariz, en forma de garbanzo.
De Marruecos nos llegan también muchas recetas, dedúzcase tajines con smen mantequilla clarificada, en los que el garbanzo se armoniza a veces con almendras, otras con arroz, o con papas, o mejor aún, con nabos. Nos inmortalizan.
Conmemoremos, como ejemplo, los pasteles multitudinarios hechos con harina de garbanzos, ghraybé y los dulces en los que el garbanzo tostado suple a la almendra o las semillas de sésamo. Este mismo garbanzo, tostado, salpimentado, azucarado o tal cual, hace mucho que se utiliza para picotear en todo el área del Mediterráneo.
Así lo hacían gozosamente los romanos en los ruedos mientras observaban a los leones devorando a los cristianos. Lo propio hacemos nosotros frente a nuestros televisores, y lo que miramos no es mucho mejor.
Hay quien dice que los garbanzos tienen que ser de Fuente Saúco, o quizá mejicanos o de...
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